lunes, 28 de diciembre de 2009

jueves, 24 de diciembre de 2009

Las tres cerditas



Érase que se era, en un país lejano llamado Jiñanistán, una anciana cerda llamada Prejubilada Viejuna que al verse morir, reunió a sus tres cerditas y así les dijo:

"Hijas mías, me muero, y me preocupa ver que ya no estaré con vosotras ahora que se acercan los peores momentos de vuestras vidas. Porque habéis de saber que el Eurilóbor Feroz, que durante muchos años fue manso y nuestro amigo, se ha vuelto de nuevo feroz e insaciable y amenaza a todo el bosque de Jiñanistán, y en especial a unas cerditas tan sabrosas y orondas como vosotras.
"Así que escuchadme: os diré donde guardo los ahorros e inversiones de toda una vida. Bajo este colchón hay un orinal de Lladró con angelitos y pastorcillos sonrientes lleno hasta rebosar de pipí y de popó apestosos. Bajo toda esa capa de porquería, encontraréis que su fondo está lleno de Krugerrands de oro, Francos de plata y acciones de Terra. Cuando muera, coged de allí el oro y la plata, y dejad las Terras, que están allí porque las tiro después de usarlas para las pérdidas de orina porque salen más baratas que el Indasec.
"Cuando haya muerto, repartíos a partes iguales esa riqueza sin peleas ni rencillas, como buenas cerdas, y empleadla en buscaros un refugio seguro contra el Eurilóbor Feroz, que pronto saldrá en vuestra busca.
"Nada más tengo que deciros, salvo lo más importante, un detalle esencial: recordad siempre que AGFHHHHHHSSS..."

Así murió la sabia cerda Viejuna, y sus tres cerditas la lloraron adecuadamente, tras lo cual se repartieron aquellas monedas de oro y de plata, y cada una las invirtió en el refugio contra el Eurilóbor Feroz que creyó más conveniente.

La cerdita porqueyolovalguista, que se llamaba Nùria Letizia Lydia, se compró un coche diciendo para sí misma: "Si el Eurilóbor Feroz me persigue, en un coche podré escapar y correr más que él. Además, les daré rabia a las amigas"

Desgraciadamente, optó por el coche más caro que pudo permitirse con aquella suma inicial, en concreto, un Mini Cooper S Cabrio, y pronto no pudo hacer frente a los gastos de mantenimiento. El aciago día que tuvo que vender los neumáticos para poder pagar el repuesto del retrovisor lateral, ya no pudo moverse más y el Eurilóbor Feroz la alcanzó y la devoró. Subió las ventanillas del auto para que el Eurilóbor no la cogiera, pero los descapotables, en fin, ya se sabe.

La cerdita visillera, que se llamaba Pepita Animosa Wapísima, supo lo que le había pasado a su hermana, y decidió comprarse una casa de ladrillo en un PAU muy tranquilo, sabedora de que el ladrillo nunca baja. Pese a su nombre, fue lo bastante lista como para comprar una vivienda no muy cara, que pudo pagar al contado y sin hipoteca, pero el malvado Eurilóbor Feroz la pilló sola en la calle un día que había tenido que salir a prostituirse para poder pagar una derrama inesperada derivada de los defectos de construcción, y allí mismo la devoró.

La última de las tres, Bibiana Leire Hipatia, la cerdita feminista, vio lo que les había pasado a las cerdas de sus hermanas, y buscó un empleo estable en el castillo del Príncipe Azul como concubina, cocinera y ama de cría. A los pocos meses denunció al Príncipe Azul por violencia de género, y se quedó con su castillo, tras cuyas altas y sólidas murallas se rió para siempre de la amenaza del Eurilóbor Feroz y se dedicó el resto de su vida a hacer pilates y a criar a su hijo, por el que el Príncipe Azul tenía que pagar pensión alimentaria, pero que en realidad había sido concebido por el palafrenero.

lunes, 28 de septiembre de 2009

martes, 15 de septiembre de 2009

Una bendición irlandesa



Que el camino se desgrane solo ante tus pasos
que el viento sople siempre a tus espaldas
que el sol brille cálido sobre tu rostro
que las lluvias caigan suaves sobre tus campos
y que, hasta que nos volvamos a encontrar,
te tenga siempre Dios llevado de Su mano.

martes, 26 de mayo de 2009

Incomprensión



15:45.
- Llego harta, cansada del trabajo, pensado que cualquier día cojo del cuello al gilipollas del jefe. Tiro las bragas sudadas por ahí, en el sofá, y me saco una cerveza del frigorífico dispuesta a disfrutar del programa de Ana Rosa con las piernas por alto.


15:51.
- La mesilla del sofá está llena de latas de días anteriores, a ver si ordeno. Me he puesto la lata de cerveza entre las tetas. Ya he comprobado que así se mantiene erguida y no se derrama. Más arriba en el canalillo he puesto la bolsa de panchitos y los nachos al queso. Debería cocinar alguna vez, pero tengo siempre tan pocas ganas.


16:40.
- Me ha vuelto a pasar: me he quedado dormida en el sofá y todos los nachos se me han desparramado por el pelo y la tapicería. Limpiaré más tarde, que llego tarde a la cita. Me debería lavar el pelo de nachos.


17:12.
- No me ha dado tiempo a lavarme el pelo, pero si llegó tarde Emilio se va a creer que no soy femenina. Me he puesto un pañuelo de estilo palestino por la cabeza, que disimula las migas.


17:30.
- Emilio está de bueno que me lo follaba aquí mismo. Menudo culo, y vaya pecho. Es buen chico y un poquillo conformista, y sus perspectivas laborales no prometen mucho, pero me excita igualmente. Me lo tiraba a él y a sus tres hermanos. Hablamos poco. La verdad es que no me gusta atosigarlo con cosas que sé que no le interesan mucho, así que me esfuerzo por llevar la conversación a un tema común: la
literatura.

"Así que estás escribiendo un diario en modo twitter con vistas a su publicación"
-me dice.


"Sí
-le contesto- en mi opinión, la auténtica visión femenina, sus deseos, sus impulsos más inmediatos, está insuficientemente representada en la literatura contemporánea. Muchos autores nos venden personajes femeninos que son, simplemente, hombres con ovarios, y eso se nota mucho"

jueves, 21 de mayo de 2009

El graznido


Hace unos años se habló mucho del suceso de los tropocientos mil patos de goma arrojados al océano y que navegaron miles de millas antes de amenizar las playas donde se ruedan los anuncios de coches. Botas del ejército japonés hundidas quién sabe si en algún desgraciado transporte de tropas rumbo a las Filipinas fueron encontradas en Chile años después de la Segunda Guerra Mundial.

Anécdotas estultas que nos ocultaban el aspecto más inquietante de la realidad: que arrojábamos demasiadas cosas al oceáno, y que éste nos acabaría devolviendo el favor.

El monstruo fue divisado por primera vez desde el aire, a unas treinta millas de la bocana de la Bahía de Tokio. Fue tomado al principio por algún tipo de cetáceo de improbable color amarillo debido a quién sabe qué efecto de reflexión solar, o tal vez un submarino de recreo. Se apreció todo su tamaño cuando lo que aparentaba ser su flotar perezoso le llevó frente a los muelles de Shinagawa: el agua parecía llegarle sólo a la cintura, pese a que la Bahía de Tokio es especialmente profunda.
Al principio se dudó incluso de que tuviera patas, y se pensó que simplemente flotaba en el agua como un objeto inerte, una construcción artificial, enorme y excéntrica. Las multitudes acudieron a verlo a la orilla, los helicópteros de los principales periódicos lo rodearon, y también algunas embarcaciones de recreo. Imprudentes, confiados, engañados por las apariencias. Era enorme, pero en la tierra del millón de mascotas sonrientes, nadie podía desconfiar de un pato de goma amarilla, aunque midiera sesenta metros de pico a cola, aunque pesara treinta mil toneladas, de un pato de ojos alegres y redondos, de dulce sonrisa en el pico redondeado.
El pato se acercó perezosamente a los muelles, y entonces se irguió en toda su magnitud. Sus patas, hasta entonces invisibles, emergieron del agua con la brusca determinación de dos grandes submarinos nucleares, y con parecidos color y forma: no eran del cálido color naranja que sin duda hubiera indicado unas intenciones amistosas, sino de un siniestro color oscuro humedecido de brillos siniestros. La gente, en un chillido de pánico, descubrió demasiado tarde que aquellas patas estaban calzadas con feas y sólidas botas de estilo militar y del tamaño de edificios, de aspecto exterior similar al cuero, pero un cuero tal vez mutado por la radiación, sólido y duro como el acero, dos botas de hierro que se disponían a aplastar a la multitud con evidentes malas intenciones.
Los chillidos de los niños, de las madres y de los vendedores ambulantes se elevaron en el aire en un horrible gemido que pudo oírse más allá del confín de la gran megalópolis. Las sirenas de los bomberos, la policía y las ambulancias se les unieron en un agudo ulular, una inútil petición de auxilio, un lamento fúnebre por la ciudad y toda una serie de imágenes floridas manque tristes dignas de la prosa de Ray Bradbury, pero ningún estruendo humano podía mantenerse mucho tiempo ante el clamor que propalaban las fauces de la bestia, un ominoso graznido que, para mayor espanto, parecía contener en su seno, deformadas y grotescas, algunas expresiones del habla humana.
Y la bestia graznó, y dijo:
"Cuá, cuá, soy un pato
nado, ando, aplasto y mato
cuá, cuá, soy un pato
piso caras, piso platos
piso niños, boniatos
y centros de bachillerato"

Con este grito que nos heló a todos la sangre en las venas, la criatura comenzó a andar por los terrenos de la Universidad de Tokio sin que nada detuviera su furia. En las calles que separaban el campus de los jardines imperiales se había dispuesto apresuradamente un cinturón de defensa con artillería, carros de combate y lanzamisiles. Cuando la bestia salió a zona despejada, comenzó el bombardeo.
Los obuses y misiles parecían explotar en el suelo, o en el aire ante él, sin causarle daño. En unos segundos una densa nube de humo nos veló casi completamente la visión de su gigantesca silueta, pese a lo cual los cañones sigueron disparando con una cadencia monótona entre un estruendo ensordecedor que, de repente, pareció desvanecerse como un murmullo cuando, otra vez, la bestia volvió a hacer oír su titánica voz:
"Cuá, cuá, soy un pato
he chafado el Decanato
Cuá, cuá, soy un pato
tantos tiros me dan flato
y yo escupo perborato
cuando no hay bicarbonato"

La criatura comenzó a lanzar burbujas de jabón de aspecto engañosamente inofensivo contra las fuerzas de autodefensa. Lo que parecían pequeñas y gráciles esferas flotaron delicadamente hacia las colinas donde estaban nuestras posiciones, agrandándose a nuestros ojos a medida que se acortaba la distancia, hasta adquirir proporciones gigantescas, tan grandes, tan nutridas, que incluso transparentes nos velaban la luz del sol. La espuma de los detergentes que tres generaciones de imprudentes humanos arrojamos al océano nos fue devuelta, mutada también de forma siniestra. Los servidores de los cañones, los tripulantes de los tanques fueron sofocados en aquella blanca mortaja de gel que anegó las trincheras y los habitáculos. Pese a que los corresponsales no nos sentimos obligados a guardar la posición hasta el último momento, pocos pudimos escapar de allí con vida, gracias a los azares del viento y de la orografía.
Abrigado por una manta junto a un centro de control móvil, vi al general Haranochi dar la orden que todos temíamos. Una detonación nuclear hubiera causado más daños que los que podíamos esperar del mismo monstruo, pero ya se habían evacuado todas las prefecturas del norte y el oeste a las que parecía encaminarse aquel Ser: muy pronto sus inmensos pasos le llevarían a una depresión del terreno que contendría la difusión el gas y los agentes químicos que eran nuestro último recurso.
La aviación comenzó a lanzar los proyectiles de gas venenoso y distintas variedades de disolventes químicos susceptibles de alterar aquel extraño tejido amarillo brillante de apariencia de goma, en gas, en líquido, en aerosol, y en minas especiales de gel sólido que sublimaría al ser aplastado por aquellas espantosas botas negras del tamaño de barcos. Los helicópteros y cazabombarderos evolucionaban con cuidado, intentando esquivar las mortíferas pompas de jabón que se les aproximaban con engañosa lentitud. Algunos no lo consiguieron. Un F-16 en labores de apoyo electrónico se le caló el motor y tras un corto vagar errático se estrelló en pleno aire contra la barrera invisible que protegía el frontal del monstruo en un diluvio de llamas.
Pero esta vez pareció que el ataque había alcanzado algún éxito: las minas de sublimación bajo las botas del monstruo lanzaron al aire una nube que aquel campo de fuerza pareció contener donde más daño podía hacerle, y entre la nube opaca creímos ver que la brillante película amarilla que era su piel mostraba evidentes erosiones, pequeñas a simple vista, pero cada una de ellas de un tamaño real equivalente al de un automóvil, y los ojos redondos y azulados de irónica expresión inocente estaban bañados en burbujas que tal vez fueran lágrimas.
Pero la bestia no detuvo su camino, y de nuevo dejó oir su voz en un horrible estruendo:
"Cuá, cuá, soy un pato
he pisado un bote chato
Cuá, cuá, soy un pato
me han duchado con nitrato
y aunque bombardee la NATO
yo no tengo mucho olfato"

Siguió andando impasible, envuelto en el humo tóxico, dejando un rastro de destrucción a través de toda la ciudad, hacia los bosques de Nishitama, donde al caer la noche se le perdió el rastro. Fue imposible precisar si escapó de alguna manera, tal vez sumergiéndose en algún lago o río de aquella región montañosa, y volvió al agua de la que salió, o si aquella capa indisipable de agentes químicos que le acompañaba causó, en definitiva, su disolución. Las huellas que arrasaron un largo corredor a través de las casas y las calles de la ciudad parecieron perder peso al llegar a tierra silvestre, y no se informó de árboles arrancados o desplazados ocasionados de forma clara por aquella intrusión y no por el tifón que golpeó el área dos días después, que tal vez contribuyó a borrar sus huellas y lavó, de nuevo hasta el mar, los productos químicos y la capa de jabón espumoso que se habían diseminado por toda el área de la batalla.
Los daños han sido ya completamente reparados, y si no fuera por la pérdida de vidas, a los habitantes de Tokio nos parecería un sueño que una vez ésta urbe de aspecto poderoso fuera atacada por un monstruo sin nombre hijo por igual de la imprudencia humana y de la venganza de la Naturaleza, que la ciudad más activa y próspera del mundo quedara indefensa ante una amenaza desconocida que vino del mar, que una vez sus calles y sus casas fueran holladas por la amenaza del Pato con Botas.